En un análisis reciente, Agustín Laje ha argumentado que «la izquierda, como paradigma de conflicto, necesita generar continuamente nuevos conflictos para dinamizar su revolución».
Esta premisa se basa en una de las tesis más famosas de Karl Marx, inscrita en su tumba: «Lo que los filósofos han hecho hasta el momento es tratar de explicar el mundo. De lo que se trata es de transformarlo«.
Laje sostiene que en contextos donde no hay mucho por transformar en la sociedad, «el rol de la izquierda se vuelve prácticamente nulo».
Según su análisis, por esta razón la izquierda busca conflictos que legitimen la transformación que propone. En este sentido, «la ideología de género se ha conceptualizado como un nuevo terreno de lucha«.
Tras la derrota en la Guerra Fría, una confrontación que se centró principalmente en modelos económicos (mercado contra planificación estatal), «los problemas económicos se trasladaron al ámbito cultural, y dentro de este, a la cuestión de la sexualidad». De este modo, «la ideología de género es un intento de reconvertir a la vieja izquierda en una nueva izquierda con una causa por la cual luchar», explica Laje.
Esta nueva ideología «ofrece algo novedoso y se presenta con palabras atractivas como inclusión, diversidad, tolerancia y liberación», evitando la imagen de una revolución violenta y proponiendo una «revolución gradual y pasiva».
Laje indica que muchos ciudadanos no perciben este cambio hasta que ya ha ocurrido, y «desean ser parte de lo que esta revolución cultural ofrece».
En la era del progresismo, se ha adoptado la creencia de que «las ideas nuevas son intrínsecamente buenas y verdaderas, mientras que las ideas viejas son falsas y malas», un concepto que él considera absurdo.
Bajo esta premisa, «la ideología de género se convierte en una moda que ofrece a los jóvenes la posibilidad de ser ‘cool’ y de tener una mente abierta». Sin embargo, Laje advierte sobre la «presión académica y social significativa».
En las universidades, «expresar una opinión contraria a la ideología de género puede poner en riesgo la carrera académica de los estudiantes». Esto, según Laje, «degrada la esencia de la universidad como un lugar donde debería prevalecer la universalidad de ideas y el debate libre».
«La hegemonía de la ideología de género se consolida cuando las personas se adhieren a ella por moda o por supervivencia», concluye Laje, limitando la diversidad de pensamiento y el verdadero intercambio académico.